Detrás del Espejo

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jueves, 2 de mayo de 2013

INFAUSTA MODERNIDAD por Leonardo Flamia









 







INFAUSTA MODERNIDAD
por Leonardo Flamia


Goethe conoció el  argumento del  Doctor Fausto de niño, a través del teatro de títeres. En 1771,  con poco más  de veinte años y mientras estudiaba derecho en Estrasburgo,  escribía: “La  significativa fábula del  teatro de títeres (la de Fausto) resonaba y zumbaba con  su polifonía en mi  fuero íntimo. Yo  también había vagado por todos los campos del  saber y bastante temprano  se me había revela- do  su vanidad”.Es que el  joven Goethe, que había nacido en Francfort del Meno en 1749,  ya durante sus primeros estudios en la universidad de Leipzig, a partir de 1765,  había sentido la  desilusión  frente al  saber. “He  estudiado a fondo filosofía, leyes, medicina y por desgracia también, teología, con  ardoroso es- fuerzo. Y ahora me  encuentro, ¡pobre de mi!,  tan sabio como era antes.” Estas  primeras palabras de Fausto en la  obra homónima reflejan la experiencia vital  del  propio Goethe en sus primeros años de formación en Leipzig. También  la  tragedia  de Margarita en Fausto pa- rece abrevar en una relación abruptamente interrumpida que Goethe mantuviera con  la hija  de un pastor de Sesenheim, pueblo cercano a Estrasburgo cuando el poeta y dramaturgo culminaba sus estudios en esta última ciudad.
Por  estos años (alrededor de 1770)  es que Goethe se encuentra con Herder, quien le publica una nota acerca de la arquitectura gótica en una publicación programática del  Sturm und Drang, un  movimiento que sería un  importante mojón en la  renovación de la  literatura alemana primero, y europea después. La doctora  Ilse M. de Brugger decía de este movimiento: “Su  rebelión se dirigió tanto contra el riguroso predo- minio de la razón como contra la estrechez de la vida  político social, contra los tabúes y nor- mas  que traban la  existencia burguesa e impedían el  libre desarrollo del  individuo en su
carácter de hombre íntegro. Estos  jóvenes –muchos de los cuales tuvieron que luchar por el  sustento- lanzaron sus  hostiles  gritos contra uno de los peligros máximos de la edad moderna: la “funcionalización” del  hombre.”
Es bajo este “marco espiritual” que Goethe escribe Urfaust, un texto  para escena que luego estaría desaparecido por más de un  siglo.  Por  supuesto que Goethe, ya  instalado en Wei- mar y “superados” los excesos de juventud, publicará la  primera parte del  poema sobre la misma anécdota de Fausto en los primeros años del  siglo  XIX para pasar a la inmortalidad.

¿FAUSTO POSMODERNO?
Es interesante que a principios del siglo  XXI, ya bien instalados en la crisis de la “modernidad” (posmodernidad, modernidad líquida, proyecto inacabado, bla,  bla,  etcétera, etcétera), se apele a este Fausto del  primer Goethe que de hecho cuestionaba “el  riguroso predominio de la razón” o la “funcionalización  del  hombre”, características centrales de la modernidad, cuando ésta recién empezaba a tomar conciencia de sí misma como tal  (pocos años después Hegel empezaría a publicar sus obras más importantes). Es el propio Juan Sebastián Peralta, director de la  versión de Urfaust que va en el Teatro Victo- ria,  el que hace el paralelismo:
“Urfaust nos   habla del  vacío existencial que  podemos experimentar los seres humanos por más  que seamos exitosos, tengamos dinero, trabajo o fama. Habla de esa insatisfacción  subyacente y de los  riesgos  que tomamos al pretender eliminarla, del  peligro de eliminarla. Por  eso  es fundamental representar una obra como esta en nuestra sociedad hoy, una sociedad embelesada por el canto de las sirenas del mercado, de la  productividad, de la  riqueza, el  poder y el  sexo” (extraído de una entrevista a Peralta publicada en el portal teatral.com.uy).
Por  otra parte esta obra de Goethe se presta para una versión  que abreve en una estética expresionista, estética que surge en las primeras décadas del  siglo  XX, cuando la  Gran Guerra hacía trizas la  fe  en el progreso continuo y ponía en riesgo el orden europeo burgués. Estética de “visionarios” que  “no  miraban sino   que veían, no  fotografiaban sino que  tenían  visiones”, y  que afirmaban que: “nadie pone en duda que lo  verdadero no puede ser  aquello que se nos aparece como la  realidad ex- terna. La  realidad debe  ser creada por nosotros”. Estética repleta de obras con  doctores siniestros o diabólicos (Caligari, Mabuse, Scapinelli) y estudiantes  insatisfechos (El estudiante de Praga).
En  la  versión de Urfaust que dirige Peralta se  dibujan los rasgos más  expresionistas just a m e n t e  e n   l o s  p e r s o n a je s “diabólicos” (Mefistófeles) o en los que transitan en los límites del “mal” (Fausto y Marta). Actuaciones exasperadas por momentos, exageradas, que sirven para ilustrar las  crisis internas de los  personajes y para bloquear los diálogos y más  bien plantear “monólogos contrastantes que chocan entre sí” (así Fausto solo  escucha sus deseos y es fácilmente manipulado por Mefistófeles). En este sentido parece ideal el trabajo de Germán Weinberg como Fausto, y principalmente, con  menos énfasis  expresionista quizá pero con  una contundente manifestación de sensualidad “carnal”, se destaca Florencia Caballero como Marta. No tan nítido parece el  carácter picaresco del Mefistófeles de Gabriel de Souza.  La  contraparte relevante desde el punto de vista actoral lo brinda Paola Larrama como Margarita, manifestación de la ingenuidad a “corromper” por el mal.
Como la obra se estructura en cuadros más  o menos independientes, que nos  van mostrando  el  avance de la  anécdota mediante  saltos, se  pueden intercalar con   facilidad esas apariciones más  expresivas de otras más  naturales, sin  que esto altere la  unidad estética de la  obra, que si tiene irregularidades es por falta de ritmo  a veces,  y porque no  logra siempre terminar de definir el carácter de los personajes. Puntos  altos son  el relato casi cinematográfico en paralelo de los dos  juegos de seducción (Fausto y Margarita,  Mefistófeles y Marta) en el que hasta el color del  vestuario acentúa los  contrastes. En  esto contribuye el diseño de luces  de Yael  Carretero y Ximena Seara, que también diseñan una escenografía  sumamente  efectiva para transmitir un  raro equilibrio entre clasicismo de la antigüedad con  gótico medieval, quizá  el  ideal del  propio Goethe. También  es  muy  sugerente el modo “coral” en que Peralta resuelve la aparición de la voz del  espíritu desde el más  allá. No todos van  a ver  reflejados en este espectáculo las críticas a la  modernidad que sugiere el  director, pero la  puesta tiene momentos sugestivos y juega con   construir un   espacio con  mucho de simbólico, que no  le  habla directamente al espectador sino  que le  sugiere,  como diría Schönberg, que a menudo: “hay que cerrar los ojos  para percibir lo  que los sentidos no  revelan, para mirar adentro lo  que solo  aparente- mente sucede afuera.”

Urfaust. Autor: Wolfgang Goethe. Dirección: Juan Sebastián Peralta. Elenco: Germán Weinberg, Matilde Nogueira, Gabriel de Souza, Mauricio Gonzáles, Paola Larrama y Florencia Caballero.

(Publicado en "Voces del Frente", jueves 4 de abril de 2013, pag. 30)

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