©Francisco Assis dos Santos
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Cielo gris y una lluvia
en mi mente,
una tierra confusa que
no sé transitar,
odio en alguno de los
pliegues de mi corazón,
en mi estómago:
ansiedad.
Parece que me estoy
quedando ciego,
más bien, como que no
puedo enfocar,
los bordes de los
objetos:
gelatina.
Una…
una ausencia. Vacío.
Y a veces, las
distancias del viaje que se hacen más largas,
y a veces, que me siento
solo en el solo
una tierra árida,
marrón,
donde crece una planta,
dos hojas verdes,
tiernas, voluptuosas.
La vida siempre es
voluptuosa cuando se sabe mirar.
Luz, movimiento,
y el tiempo que gira.
Papeles, lugares,
buscar mi lugar.
Y de algún modo el
inmigrante atávico se me sienta en el pecho.
y me siento ni de aquí,
ni de allá, ni de ningún lugar.
Y me miro en mi espejo,
y me río,
también con un poco de
miedo,
y me hablo y me digo
el vacío,
una piedra vacía no
piedra en mi pecho de flores
y espinas como un beso
no dado,
y una cruz en el agua
del sur,
como un dios de mi
mismo,
siendo ateo y dios.
Y me huelo,
y me abrazo en palabras
y letras,
en sonidos callados,
en el tranco y el rumor
de la pluma,
y me bebo como agua que
corre,
que ríe,
que sueña,
que juega.
Y me busco,
te busco,
¡mi Dios!